| 1 | Pero una vez que se ordenaron todos junto a sus líderes, |
| 2 | los troyanos fueron con estrépito y bullicio, como aves, |
| 3 | tal como el estrépito de las grullas alcanza el firmamento, |
| 4 | las que tras por fin huir del invierno y de una extraordinaria tempestad |
| 5 | con estrépito vuelan, ellas, hacia las corrientes del Océano, |
| 6 | llevando matanza y muerte a los varones pigmeos, |
| 7 | y, claro, ellas desde el aire les llevan una mala disputa. |
| 8 | Y aquellos fueron en silencio, los aqueos que exhalan furor, |
| 9 | ansiosos en el ánimo por resguardarse los unos a los otros. |
| 10 | Como en las cimas de un monte el Noto vierte la niebla, |
| 11 | en nada querida para los pastores y mejor que la noche para el ladrón, |
| 12 | y uno llega a ver solo cuanto alcanza un tiro de piedra, |
| 13 | así, en efecto, bajo sus pies se impulsaba una arremolinada nube de polvo |
| 14 | al marchar, y muy velozmente atravesaban la llanura. |
| 15 | Y ellos, en cuanto estuvieron cerca yendo unos sobre otros, |
| 16 | entre los troyanos combatía en el frente el deiforme Alejandro, |
| 17 | llevando en los hombros una piel de leopardo y el curvo arco |
| 18 | y la espada; mientras que, dos lanzas recubiertas de bronce |
| 19 | blandiendo, desafiaba de frente a todos los mejores de los argivos |
| 20 | a combatir cara a cara en horrible batalla. |
| 21 | Y cuando entonces a este lo vio Menelao, caro a Ares, |
| 22 | marchando enfrente de la turba a grandes pasos, |
| 23 | así como se alegra un león al toparse con un gran cuerpo, |
| 24 | al encontrarse un cornígero ciervo o una cabra salvaje, |
| 25 | estando hambriento, pues entero lo devora, aunque a él mismo |
| 26 | lo persigan rápidos perros y lozanos jóvenes, |
| 27 | así se alegró Menelao al deiforme Alejandro |
| 28 | viendo con sus ojos, pues estaba seguro de que haría pagar al transgresor, |
| 29 | y enseguida del carro con las armas saltó al suelo. |
| 30 | Y cuando entonces a este lo vio el deiforme Alejandro |
| 31 | apareciendo en las primeras filas, se le estrujó el querido corazón, |
| 32 | y de vuelta al grupo de sus compañeros se retiró, evitando la muerte. |
| 33 | Así como cuando alguno al ver una serpiente salta hacia atrás |
| 34 | en las laderas de un monte, y un temblor se apodera de sus miembros, |
| 35 | y de vuelta retrocede, y la palidez le toma las mejillas, |
| 36 | así de nuevo se sumergió en la turba de los orgullosos troyanos, |
| 37 | temiendo al hijo de Atreo, el deiforme Alejandro. |
| 38 | Y Héctor, al verlo, lo regañó con denigrantes palabras: |
| 39 | “¡Maldito Paris, el mejor en figura, mujeriego, embaucador, |
| 40 | ¡ojalá estéril hubieras sido y célibe hubieras muerto! |
| 41 | Incluso esto preferiría, y mucho más ventajoso habría sido |
| 42 | a que semejante afrenta seas y un chiste para los demás. |
| 43 | Seguro se ríen a carcajadas los aqueos de largos cabellos, |
| 44 | diciendo que es el mejor nuestro campeón, porque bella |
| 45 | es tu figura, pero no tenés fuerza en las entrañas ni brío alguno. |
| 46 | ¿Realmente siendo así, en naves que surcan el mar, |
| 47 | tras navegar sobre el mar, tras juntar leales compañeros, |
| 48 | tras unirte entre extranjeros a una mujer de bella figura la trajiste |
| 49 | desde una apartada tierra, pariente de varones portadores de lanza, |
| 50 | para tu padre gran desdicha y para la ciudad y todo el pueblo, |
| 51 | para los enemigos alegría, y oprobio para ti mismo? |
| 52 | ¿No podrías al menos esperar a Menelao, caro a Ares? |
| 53 | Sabrías de qué hombre tenés la lozana esposa; |
| 54 | no te protegerán la cítara ni los regalos de Afrodita, |
| 55 | el cabello y la figura, cuando te unas al polvo. |
| 56 | Pero muy temerosos son los troyanos, o realmente ya |
| 57 | te habrían puesto una túnica de piedras por los males que hiciste.” |
| 58 | Y le dijo en respuesta el deiforme Alejandro: |
| 59 | “Héctor, en verdad me regañás como es justo y en justa medida; |
| 60 | siempre tenés el corazón inflexible, como un hacha, |
| 61 | que va a través de un tronco en manos del varón que con arte |
| 62 | corta madera para una nave, e intensifica el esfuerzo del varón, |
| 63 | así tenés el pensamiento impertérrito en el pecho. |
| 64 | No me eches en cara los deseables regalos de la dorada Afrodita: |
| 65 | no pueden, por cierto, desecharse los gloriosísimos regalos de los dioses, |
| 66 | cuantos ellos mismos dan, y voluntariamente ninguno los tomaría. |
| 67 | Y ahora, si querés que yo guerreé y combata, |
| 68 | haz que se sienten los demás troyanos y todos los aqueos, |
| 69 | mientras que en el medio a mí y a Menelao, caro a Ares, |
| 70 | arrójennos a la vez a combatir por Helena y todos los bienes, |
| 71 | y el que de los dos venza y resulte más poderoso, |
| 72 | tomando en buena hora todos los bienes y la mujer que los conduzca a casa, |
| 73 | y los demás, tras degollar ofrendas juramentales y de amistad, |
| 74 | ojalá habitéis la fértil Troya, y ellos que regresen |
| 75 | a Argos criadora de caballos y a Acaya de bellas mujeres.” |
| 76 | Así habló, y Héctor se alegró mucho al escuchar sus palabras, |
| 77 | y, claro, yendo hacia el medio, detuvo las falanges de los troyanos, |
| 78 | teniendo por el medio la lanza, y ellos se refrenaron todos. |
| 79 | A él le disparaban sus arcos los aqueos de largos cabellos |
| 80 | y apuntándole con dardos y piedras le tiraban, |
| 81 | pero bramó él con fuerte voz, el soberano de varones Agamenón: |
| 82 | “Conténganse, argivos no tiren más, jóvenes de los aqueos, |
| 83 | pues señala que dirá alguna palabra Héctor de centelleante casco.” |
| 84 | Así habló, y ellos contuvieron el combate y silentes quedaron |
| 85 | de repente, y Héctor, entre los dos bandos, dijo: |
| 86 | “Escúchenme, troyanos y aqueos de buenas grebas, |
| 87 | las palabras de Alejandro, a causa del que se impulsó esta riña: |
| 88 | llama a los demás troyanos y a todos los aqueos |
| 89 | a que las bellas armas pongan sobre la muy nutricia tierra, |
| 90 | y en el medio a él mismo y Menelao, caro a Ares, |
| 91 | solos, a combatir por Helena y todos los bienes, |
| 92 | y el que de los dos venza y resulte más poderoso, |
| 93 | tomando en buena hora todos los bienes y la mujer los conduzca a casa, |
| 94 | y los demás degollemos ofrendas juramentales y de amistad.” |
| 95 | Así habló, y ellos, claro, se quedaron todos callados, en silencio. |
| 96 | Y entre estos también dijo Menelao de buen grito de guerra: |
| 97 | “Escúchenme ahora también a mí, pues muchísimo dolor llega |
| 98 | a mi ánimo, y pienso que ya deben separarse |
| 99 | los argivos y los troyanos, porque muchos males habéis sufrido |
| 100 | a causa de mi disputa y a causa de la ceguera de Alejandro. |
| 101 | Al de nosotros dos que le esté preparada la muerte y la moira, |
| 102 | muera, y los demás se separen rápidamente. |
| 103 | Traigan dos corderos, el uno blanco y la otra negra, |
| 104 | para la Tierra y para el Sol, y nosotros traeremos otro para Zeus, |
| 105 | y haced venir la fuerza de Príamo, para que degüelle las ofrendas |
| 106 | él mismo, ya que sus hijos son insolentes y desleales, |
| 107 | no sea que alguno con arrogancia mancille las ofrendas de Zeus. |
| 108 | Siempre los pensamientos de los varones más jóvenes andan por el aire, |
| 109 | mas entre los que hay un anciano, hacia delante y hacia atrás a la vez |
| 110 | mira, de modo que lo mejor por mucho entre los dos bandos resulta.” |
| 111 | Así habló, y ellos se alegraron, aqueos y troyanos, |
| 112 | pensando que harían cesar la miserable guerra. |
| 113 | Y, claro, retuvieron los caballos en las columnas, y bajaron ellos, |
| 114 | y se quitaron las armas. A estas las pusieron sobre la tierra, |
| 115 | unas al lado de las otras, y había entre ellos poco espacio. |
| 116 | Héctor hacia la ciudad envió dos heraldos, |
| 117 | velozmente, para llevar los corderos y llamar a Príamo, |
| 118 | mientras que él, el poderoso Agamenón, mandó a Taltibio |
| 119 | a que fuera a las huecas naves, y un cordero le ordenó |
| 120 | traer, y este, claro, no desobedeció al divino Agamenón. |
| 121 | Iris, a su vez, fue como mensajera hacia Helena de blancos brazos, |
| 122 | con la apariencia de su cuñada, la esposa del Antenórida, |
| 123 | la que tenía el Antenórida, el poderoso Helicaón, |
| 124 | Laódice, la de mejor figura entre las hijas de Príamo. |
| 125 | Y la encontró en el palacio, y ella una gran tela tejía, |
| 126 | doble, purpúrea, y esparcía en esta muchos certámenes |
| 127 | de los troyanos domadores de caballos y los aqueos vestidos de bronce, |
| 128 | que a causa de ella padecían bajo las palmas de Ares. |
| 129 | Y parándose cerca le dijo Iris de pies veloces: |
| 130 | “Ven aquí, querida cuñada, para que veas las acciones portentosas |
| 131 | de los troyanos domadores de caballos y los aqueos vestidos de bronce, |
| 132 | que antes llevaban unos contra otros a Ares de muchas lágrimas |
| 133 | en la llanura, anhelando la destructiva guerra. |
| 134 | ¡La guerra ha cesado, ellos ahora están en silencio, |
| 135 | apoyados en sus escudos, y al lado las grandes picas están clavadas! |
| 136 | Mientras que Alejandro y Menelao, caro a Ares, |
| 137 | con las grandes picas combatirán por vos, |
| 138 | y por aquel que venza serás llamada querida esposa.” |
| 139 | Habiendo hablado así, la diosa le arrojó dulce anhelo en el ánimo, |
| 140 | por su anterior marido y su ciudad y sus padres. |
| 141 | Y enseguida, cubriéndose con blanquísimo lino, |
| 142 | salió del tálamo, vertiendo delicadas lágrimas; |
| 143 | no estaba sola: a ella la seguían también dos criadas, |
| 144 | Etra, hija de Piteo, y Climene de ojos de buey. |
| 145 | Y al instante llegaron donde estaban las puertas Esceas. |
| 146 | Ellos en torno a Príamo y Pántoo y además Timetes, |
| 147 | Lampo, Clitio e Hicetaón, retoño de Ares, |
| 148 | Ucalegonte y también Antenor, prudentes ambos, |
| 149 | estaban sentados, los ancianos del pueblo, sobre las puertas Esceas, |
| 150 | por ancianos retirados de la guerra, pero oradores |
| 151 | nobles, semejantes a las cigarras que por el bosque, |
| 152 | sentadas sobre un árbol, lanzan su voz de lirio; |
| 153 | de tal manera los líderes troyanos sobre la torre estaban sentados. |
| 154 | Y cuando entonces ellos vieron a Helena viniendo hacia la torre, |
| 155 | en voz baja uno al otro se decían estas aladas palabras: |
| 156 | “No es censurable que los troyanos y los aqueos de buenas grebas |
| 157 | por mucho tiempo padezcan dolores en torno a tal mujer: |
| 158 | se asemeja terriblemente en su rostro a las diosas inmortales. |
| 159 | Pero aun así, incluso siendo tal, que regrese en las naves, |
| 160 | y no deje detrás desdichas para nosotros y nuestros hijos.” |
| 161 | Así, claro, hablaban, y Príamo llamó a Helena en voz alta: |
| 162 | “Aquí, querida hija, siéntate viniendo junto a mí, |
| 163 | para que veas a tu primer esposo, a tus parientes y a tus amigos - |
| 164 | en absoluto para mí eres culpable: los dioses para mí son los culpables, |
| 165 | que precipitaron contra mí la guerra de muchas lágrimas de los aqueos -, |
| 166 | para que me des el nombre también de ese varón aterrador, |
| 167 | quién es ese varón aqueo, noble y grande. |
| 168 | Realmente hay otros incluso mayores en estatura, |
| 169 | pero tan bello jamás vi yo con mis ojos, |
| 170 | ni tan majestuoso, pues se ve como un rey.” |
| 171 | Y le respondió con estas palabras Helena, divina entre las mujeres: |
| 172 | “Respetable sos para mí, querido suegro, y tremendo. |
| 173 | ¡Ojalá me hubiera sido grata la cruel muerte cuando aquí |
| 174 | seguí a tu hijo, dejando el tálamo y a mis familiares, |
| 175 | a mi queridísima hija y a las amables compañeras de mi edad! |
| 176 | Pero esas cosas no sucedieron; por eso también me deshago llorando. |
| 177 | Y te diré esto que me consultas e indagas: |
| 178 | ese es el Atrida Agamenón de vasto poder, |
| 179 | al mismo tiempo buen rey y poderoso lancero; |
| 180 | además, era cuñado mío, de esta cara de perra, si no fue un sueño.” |
| 181 | Así habló, y el anciano lo admiró y dijo: |
| 182 | “¡Oh, bienaventurado Atrida, nacido con suerte, de dichoso destino! |
| 183 | ¡Sin duda realmente muchos jóvenes de los aqueos son dominados por ti! |
| 184 | Tiempo atrás también fui a Frigia rica en vides, |
| 185 | donde vi a muchísimos varones frigios de raudos potrillos, |
| 186 | las tropas de Otreo y de Migdón, igual a los dioses, |
| 187 | esos que entonces estaban en campaña junto a las riberas del Sangario, |
| 188 | pues también yo, siendo su aliado, me encontraba entre estos |
| 189 | ese día, cuando llegaron las amazonas iguales a varones, |
| 190 | pero ni siquiera ellos eran tantos como los aqueos de ojos vivaces.” |
| 191 | En segundo lugar, viendo a Odiseo, preguntó el anciano: |
| 192 | “Háblame, ¡vamos!, también sobre ese, querida hija, quién es ese. |
| 193 | Es menor en estatura que el Atrida Agamenón, |
| 194 | y más ancho de hombros y además de pecho, al mirarlo. |
| 195 | Sus armas yacen sobre la muy nutricia tierra, |
| 196 | y él mismo, como morueco, recorre las columnas de varones; |
| 197 | a mí, por lo menos, me parece un carnero de espeso vellón |
| 198 | que atraviesa un gran rebaño de blancas ovejas.” |
| 199 | Y luego le respondió Helena, nacida de Zeus: |
| 200 | “Ese de ahí es el Laertíada, el muy astuto Odiseo, |
| 201 | que se crio en el pueblo de Ítaca, aunque es escarpada, |
| 202 | conocedor de todo tipo de argucias y sólidos planes.” |
| 203 | Y le contestó a su vez el prudente Antenor: |
| 204 | “¡Oh, mujer, sin duda alguna dijiste estas palabras infaliblemente! |
| 205 | Pues algún tiempo atrás también vino aquí el divino Odiseo, |
| 206 | a causa tuya como mensajero, con Menelao, caro a Ares, |
| 207 | y a ellos los hospedé y traté con afecto en mis palacios, |
| 208 | y conocí el aspecto y los sólidos planes de ambos. |
| 209 | Pero en cuanto se mezclaron entre los troyanos reunidos, |
| 210 | estando parados, Menelao lo superaba en el ancho de los hombros, |
| 211 | mas estando ambos sentados, era más majestuoso Odiseo. |
| 212 | Pero en cuanto discursos y planes tejían entre todos, |
| 213 | realmente hablaba con fluidez Menelao, |
| 214 | parca pero muy claramente, ya que no era de muchos discursos |
| 215 | ni de errantes palabras, aunque era el menor en edad. |
| 216 | Pero en cuanto se levantaba Odiseo, el muy astuto, |
| 217 | se quedaba quieto, miraba hacia abajo, clavando los ojos en la tierra, |
| 218 | y no movía el cetro ni hacia el frente ni hacia atrás, |
| 219 | sino que inmutable lo mantenía, pareciendo un hombre ignorante; |
| 220 | dirías que era alguien lleno de rencor y al mismo tiempo insensato. |
| 221 | Pero en cuanto su gran voz lanzaba desde su pecho |
| 222 | y sus palabras semejantes a nevadas invernales, |
| 223 | ya ningún otro mortal podía disputar con Odiseo. |
| 224 | Entonces no nos sorprendíamos tanto viendo la figura de Odiseo.” |
| 225 | En tercer lugar, viendo a Áyax, preguntó el anciano: |
| 226 | “¿Quién es ese otro aqueo, varón noble y grande, |
| 227 | eminente entre los argivos por su estatura y el ancho de sus hombros?” |
| 228 | Y le respondió Helena de largo peplo, divina entre las mujeres: |
| 229 | “Ese es Áyax, aterrador cerco de los aqueos. |
| 230 | Y del otro lado, Idomeneo, igual que un dios entre los cretenses, |
| 231 | está parado, y en torno a él los caudillos de los cretenses se congregan. |
| 232 | Muchas veces lo hospedó Menelao, caro a Ares, |
| 233 | en nuestra casa, cuando venía desde Creta. |
| 234 | Y ahora veo a todos los demás aqueos de ojos vivaces, |
| 235 | que reconocería bien y llamaría por sus nombres, |
| 236 | mas a dos no logro ver, comandantes de tropas, |
| 237 | a Cástor domador de caballos y al buen boxeador Polideuces, |
| 238 | hermanos míos, a los que engendró mi propia madre. |
| 239 | O no siguieron a los demás desde la encantadora Lacedemonia, |
| 240 | o los siguieron aquí en las naves que surcan el ponto, |
| 241 | pero ahora no quieren sumergirse en el combate de varones |
| 242 | temiendo la infamia y las muchas injurias que llevo conmigo.” |
| 243 | Así habló, mas a ellos ya los retenía la tierra dadora de vida, |
| 244 | en Lacedemonia, allí, en su propia tierra patria. |
| 245 | Los heraldos traían por la ciudad las ofrendas juramentales de los dioses, |
| 246 | dos corderos y vino deleitoso, fruto del campo, |
| 247 | en una piel caprina, y traía la reluciente cratera |
| 248 | el heraldo Ideo, y además una copa dorada. |
| 249 | Y parándose junto al anciano lo impulsó con estas palabras: |
| 250 | “Arriba, Laomedontíada, te llaman los mejores |
| 251 | de los troyanos domadores de caballos y los aqueos vestidos de bronce |
| 252 | a que bajes a la llanura para que degüelles ofrendas juramentales, |
| 253 | mientras que Alejandro y Menelao, caro a Ares, |
| 254 | con las grandes picas combatirán por la mujer, |
| 255 | y a aquel que venciera lo seguirían la mujer y los bienes, |
| 256 | y los demás, tras degollar ofrendas juramentales y de amistad, |
| 257 | habitaríamos la fértil Troya, y ellos regresarán |
| 258 | a Argos criadora de caballos y a Acaya de bellas mujeres.” |
| 259 | Así habló, y se turbó el anciano, y ordenó a sus compañeros |
| 260 | uncir los caballos, y ellos con presteza le hicieron caso. |
| 261 | Subió, claro, Príamo, y tiró hacia atrás de las riendas, |
| 262 | y Antenor subió al bellísimo carro junto a él, |
| 263 | y ambos guiaron por las Esceas los veloces caballos hacia la llanura. |
| 264 | Pero en el momento en que llegaron hasta los troyanos y aqueos, |
| 265 | tras bajar de los caballos hacia la muy nutricia tierra, |
| 266 | hacia el medio de los troyanos y los aqueos se encaminaron. |
| 267 | Entonces enseguida se levantó el soberano de varones Agamenón, |
| 268 | y se alzó el muy astuto Odiseo. Mientras, los heraldos admirables |
| 269 | juntaron las ofrendas juramentales de los dioses, y en la cratera el vino |
| 270 | mezclaron, y les derramaron agua sobre las manos a los reyes. |
| 271 | El Atrida, sacando con sus manos un cuchillo |
| 272 | que junto a la gran vaina de su espada siempre colgaba, |
| 273 | cortó mechones de las cabezas de los corderos, y luego |
| 274 | los heraldos los repartieron a los mejores de los troyanos y aqueos. |
| 275 | Y entre ellos el Atrida rogó fuerte levantando las manos: |
| 276 | “Padre Zeus, patrono del Ida, el más glorioso, el más grande, |
| 277 | y Sol, que todas las cosas ves y todas las cosas escuchas, |
| 278 | y ríos y Tierra, y los dos que abajo a los cansados |
| 279 | hombres castigáis, a cualquiera que jura falsos juramentos, |
| 280 | vosotros sed testigos, y guardad las ofrendas juramentales: |
| 281 | si a Menelao Alejandro asesina, |
| 282 | que él mismo entonces tome a Helena y todos los bienes, |
| 283 | y nosotros en las naves que surcan el ponto regresemos; |
| 284 | y si a Alejandro mata el rubio Menelao, |
| 285 | los troyanos entonces a Helena y todos los bienes devuelvan, |
| 286 | y paguen a los argivos una compensación, la que sea que corresponda, |
| 287 | y que también entre los hombres venideros se recuerde. |
| 288 | Y si a mí la compensación Príamo y de Príamo los hijos |
| 289 | no me quieren pagar, habiendo caído Alejandro, |
| 290 | yo, por mi parte, también entonces combatiré, en busca de resarcimiento, |
| 291 | permaneciendo aquí, hasta que encuentre el final de la guerra.” |
| 292 | Dijo, y degolló las gargantas de los corderos con el inclemente bronce, |
| 293 | y los puso a estos sobre el suelo, jadeantes, |
| 294 | faltándoles el ánimo, pues el bronce les arrebató el furor, |
| 295 | y, sacando el vino de la cratera, en las copas |
| 296 | lo derramaron, y rogaron a los dioses sempiternos, |
| 297 | y así decía cada uno de los aqueos y de los troyanos: |
| 298 | “Zeus, el más glorioso, el más grande, y los demás dioses inmortales, |
| 299 | el bando que primero transgreda los juramentos, |
| 300 | que así les fluya el cerebro hacia el suelo como este vino, |
| 301 | a ellos y a sus hijos, y sean doblegadas sus esposas por otros.” |
| 302 | Así hablaban, pero, claro, de ningún modo se los cumplió el Cronión. |
| 303 | Y entre ellos el Dardánida Príamo dijo estas palabras: |
| 304 | “Escúchenme, troyanos y aqueos de buenas grebas, |
| 305 | yo me voy hacia Ilión ventosa |
| 306 | de vuelta, ya que de ningún modo aguanto ver en mis ojos |
| 307 | a mi querido hijo peleando con Menelao, caro a Ares. |
| 308 | Zeus, acaso, sabe esto, y los demás dioses inmortales, |
| 309 | quién de los dos está marcado con el destino de muerte.” |
| 310 | Dijo, claro, el hombre igual a un dios, y puso en el carro los corderos, |
| 311 | y subió, claro, él mismo, y tiró hacia atrás de las riendas, |
| 312 | y Antenor subió al bellísimo carro junto a él. |
| 313 | Ellos dos, claro, se marcharon volviendo hacia Ilión, |
| 314 | y Héctor, hijo de Príamo, y el divino Odiseo |
| 315 | delimitaron primero el terreno, y luego |
| 316 | las suertes agitaron en un casco de bronce, eligiendo |
| 317 | quién de los dos arrojaría primero la broncínea pica. |
| 318 | Las tropas invocaban y a los dioses levantaban las manos, |
| 319 | y así decía cada uno de los aqueos y de los troyanos: |
| 320 | “Padre Zeus, patrono del Ida, el más glorioso, el más grande, |
| 321 | ese de los dos que impuso estas acciones entre ambos bandos, |
| 322 | concede que ese, muerto, se hunda en la morada de Hades, |
| 323 | y, para nosotros, que haya confiables juramentos y de amistad.” |
| 324 | Así hablaban, claro, y el gran Héctor de centelleante casco agitaba, |
| 325 | mirando hacia atrás, y rápidamente saltó la suerte de Paris. |
| 326 | Ellos luego se sentaron entre las filas, donde cada uno tenía |
| 327 | los caballos de ágiles pies y las magníficas armas yacían. |
| 328 | Mientras, él en torno a los hombros se puso las bellas armas, |
| 329 | el divino Alejandro, esposo de Helena de bellos cabellos. |
| 330 | Primero sobre las canillas se colocó las grebas, |
| 331 | bellas, ajustadas con tobilleras de plata. |
| 332 | En segundo lugar, la coraza se puso en el pecho, |
| 333 | la de su hermano Licaón, y se la ajustó a sí mismo, |
| 334 | y en los hombros, claro, se colgó la espada con clavos de plata, |
| 335 | broncínea, y luego el grande y macizo escudo. |
| 336 | Y sobre la fuerte cabeza colocó el bien fabricado yelmo, |
| 337 | crinado, y tremendamente desde la punta se inclinaba el penacho. |
| 338 | Y tomó una firme pica, que se le ajustaba a las manos. |
| 339 | Y así, del mismo modo, el belicoso Menelao se puso las armas. |
| 340 | Ellos, tras por fin armarse, cada uno de su lado de la turba, |
| 341 | hacia el medio de los troyanos y los aqueos se encaminaron |
| 342 | mirándose tremendamente, y el asombro tomaba a los que los veían, |
| 343 | a los troyanos domadores de caballos y a los aqueos de buenas grebas. |
| 344 | Y, claro, se pararon cerca en el terreno delimitado, |
| 345 | sacudiendo las picas, resentidos el uno con el otro. |
| 346 | Primero Alejandro lanzó la pica de larga sombra, |
| 347 | y golpeó el redondo escudo del Atrida, |
| 348 | y no lo partió el bronce, y se le dobló la punta |
| 349 | en el fuerte escudo; y segundo acometió con el bronce este, |
| 350 | el Atrida Menelao, tras suplicar al padre Zeus: |
| 351 | “Zeus soberano, concédeme hacer pagar al que primero me produjo males, |
| 352 | al divino Alejandro, y que sea doblegado por mis manos, |
| 353 | para que todos, incluso entre los hombres nacidos después, se turben |
| 354 | ante la idea de hacer males a un huésped que les ofrezca amistad.” |
| 355 | Dijo, claro, y, blandiéndola, lanzó la pica de larga sombra |
| 356 | y golpeó el redondo escudo del Priamida, |
| 357 | y la pica imponente atravesó el reluciente escudo, |
| 358 | y presionó a través de la muy labrada coraza, |
| 359 | y directo junto al abdomen desgarró la túnica |
| 360 | la pica, mas él se inclinó y esquivó la negra muerte. |
| 361 | El Atrida, sacando la espada con clavos de plata, |
| 362 | levantándola, golpeó la cimera del casco, y, claro, alrededor de este |
| 363 | despedazada en tres y en cuatro pedazos cayó de su mano. |
| 364 | Y el Atrida gimió mirando hacia el vasto firmamento: |
| 365 | “Padre Zeus, ningún otro de los dioses es más destructivo que tú. |
| 366 | ¡En verdad estaba seguro de que haría pagar su maldad a Alejandro! |
| 367 | Y ahora se me rompió la espada en las manos, y mi pica |
| 368 | salió de las palmas inútilmente, y no lo hirió.” |
| 369 | Dijo, y dando un salto lo agarró del casco de crin de caballo, |
| 370 | y lo arrastró volviéndose hacia los aqueos de buenas grebas, |
| 371 | y lo estrangulaba la muy bordada correa bajo la delicada garganta, |
| 372 | que debajo del mentón como sostén del morrión estaba tensada. |
| 373 | Y entonces se lo habría llevado y conseguido incalculable gloria, |
| 374 | si no lo hubiera visto agudamente la hija de Zeus, Afrodita, |
| 375 | que le rompió la correa de buey muerto por violencia, |
| 376 | y el morrión siguió vacío a la gruesa mano. |
| 377 | Este enseguida el héroe hacia los aqueos de buenas grebas |
| 378 | lo revoleó, dándole impulso, y lo recogieron los leales compañeros, |
| 379 | mientras que él se arrojó de vuelta ansiando matarlo |
| 380 | con la broncínea pica, mas lo extrajo Afrodita, |
| 381 | muy fácilmente, como diosa, y lo ocultó, claro, en mucha neblina, |
| 382 | y lo depositó en el fragante y perfumado tálamo. |
| 383 | Ella misma fue luego a llamar a Helena, y la encontró |
| 384 | sobre la elevada torre, y alrededor había multitud de troyanas, |
| 385 | y la agarró, jalándola con la mano del vestido de aroma a néctar, |
| 386 | y le habló con la apariencia de una anciana nacida mucho antes, |
| 387 | de una cardadora, que habitaba con ella en Lacedemonia |
| 388 | elaborando bellas lanas, y la quería muchísimo. |
| 389 | Habiendo tomado la apariencia de esta, le dijo la divina Afrodita: |
| 390 | “Ven aquí, Alejandro te llama para que regreses a casa. |
| 391 | Allá está aquel en el tálamo y los decorados lechos, |
| 392 | radiante por su belleza y vestidos, y no dirías |
| 393 | que ese viene de combatir con un varón, sino que a bailar |
| 394 | marcha, o que tras dejar de bailar acaba de sentarse.” |
| 395 | Así habló y, claro, le conmocionó el ánimo en el pecho, |
| 396 | y cuando entonces notó la bellísima garganta de la diosa, |
| 397 | y los deseables pechos y los resplandecientes ojos, |
| 398 | se sorprendió, claro, y enseguida la llamó y le dijo una palabra: |
| 399 | “Condenada, ¿por qué anhelás embaucarme con estas cosas? |
| 400 | ¡¿Acaso a algún lado más lejos entre las bien habitables ciudades |
| 401 | me conducirás, a Frigia o a la encantadora Meonia, |
| 402 | si alguno también allí te es querido entre los hombres meropes, |
| 403 | porque ahora Menelao, al divino Alejandro |
| 404 | habiendo vencido, quiere conducirme a casa a mí, a esta abominable?! |
| 405 | ¡¿Por eso ahora estás ahí parada, tramando argucias?! |
| 406 | Andá y sentate junto a él, y renegá de los caminos de los dioses, |
| 407 | y ya no vuelvas con tus pies hacia el Olimpo, |
| 408 | sino siempre sufrí por aquel y guardalo, |
| 409 | hasta que te haga su esposa o te haga su esclava. |
| 410 | Allá yo no voy a ir - sería indignante - |
| 411 | para ocuparme del lecho de aquel; las troyanas en adelante |
| 412 | me vituperarán todas, y tengo incontables dolores en el ánimo.” |
| 413 | Y a ella, irritada, le dijo la divina Afrodita: |
| 414 | “No me increpés, terca, no sea que, irritada, te abandone, |
| 415 | y te desprecie tan por completo como hasta ahora te quise, |
| 416 | y en el medio de ambos bandos conciba un ruinoso desprecio |
| 417 | de los troyanos y los dánaos, y vos perezcas con un mal destino.” |
| 418 | Así habló, y temió Helena, nacida de Zeus, |
| 419 | y marchó cubriéndose con su reluciente y blanco vestido, |
| 420 | callada, y de todas las troyanas se escondió, y la deidad lideraba. |
| 421 | Cuando ellas llegaron a la bellísima morada de Alejandro, |
| 422 | las criadas enseguida se volvieron rápidamente a sus labores, |
| 423 | y ella fue al tálamo de elevado techo, la divina entre las mujeres. |
| 424 | Y, claro, tomando un taburete para ella, la risueña Afrodita, |
| 425 | la diosa, lo llevó y lo puso frente Alejandro. |
| 426 | Allí se sentó Helena, hija de Zeus portador de la égida, |
| 427 | desviando los ojos, y amonestó a su esposo con estas palabras: |
| 428 | “Viniste de la guerra. ¡Ojalá allí mismo hubieras perecido, |
| 429 | doblegado por un fuerte varón, que fue mi primer esposo! |
| 430 | Sí, sin duda antes te jactabas de que a Menelao, caro a Ares, |
| 431 | por tu fuerza y por tus manos y por tu pica eras superior. |
| 432 | Pero, andá, ahora, desafiá a Menelao, caro a Ares, |
| 433 | a combatir frente a frente de nuevo. Pero yo |
| 434 | te aconsejo que lo dejes, y con el rubio Menelao |
| 435 | no guerrees en guerra cara a cara ni combatas |
| 436 | imprudentemente, no vaya a ser que pronto por su lanza seas doblegado.” |
| 437 | Y respondiendo le dijo Paris estas palabras: |
| 438 | “No, mujer, no me amonestes con duras injurias, |
| 439 | pues esta vez Menelao venció con la ayuda de Atenea, |
| 440 | mas otra vez a él lo venceré yo, pues también junto a nosotros hay dioses. |
| 441 | Pero, ¡ea, vamos!, gocemos del amor acostándonos ambos, |
| 442 | pues nunca jamás así me envolvió las entrañas el amor, |
| 443 | ni cuando primero a vos desde la encantadora Lacedemonia |
| 444 | tras raptarte navegué en las naves que surcan el mar, |
| 445 | y en una isla escarpada me uní a ti en amor y en la cama, |
| 446 | tanto ahora te deseo y el dulce anhelo me toma.” |
| 447 | Dijo, claro, y comenzó a ir hacia el lecho, y lo siguió su esposa. |
| 448 | Aquellos dos en el calado lecho se acostaron, |
| 449 | y el Atrida iba de acá para allá en la turba, semejante a una fiera, |
| 450 | por si en algún lado distinguía al deiforme Alejandro. |
| 451 | Pero no podía ninguno de los troyanos ni renombrados aliados |
| 452 | a Menelao, caro a Ares, señalarle entonces a Alejandro, |
| 453 | pues no lo habrían ocultado por amistad, si alguno lo hubiera visto, |
| 454 | pues para todos era detestado igual que la negra muerte. |
| 455 | Y entre estos también dijo el soberano de varones Agamenón: |
| 456 | “Escúchenme, troyanos y dárdanos y además los aliados, |
| 457 | sin duda la victoria de Menelao, caro a Ares, es clara. |
| 458 | Ustedes a la argiva Helena y los bienes junto con ella |
| 459 | devuelvan, y paguen la compensación, la que sea que corresponda, |
| 460 | y que también entre los hombres venideros permanezca.” |
| 461 | Así habló el Atrida, y lo aprobaron los demás aqueos. |