| 1 | Así ellos, ya refugiados en la ciudad como cervatillos, |
| 2 | el sudor se secaban y bebían y calmaban su sed, |
| 3 | apoyados en los bellos parapetos; por su parte, los aqueos |
| 4 | iban cerca de la muralla, apoyando sus escudos en sus hombros; |
| 5 | mas a Héctor la destructiva moira lo amarró para que esperara allí, |
| 6 | enfrente de Ilión y de las puertas Esceas; |
| 7 | por su parte, al Peleión le dijo Febo Apolo: |
| 8 | “¿Por qué, hijo de Peleo, con tus rápidos pies me persigues a mí, |
| 9 | un dios inmortal, siendo tú mortal? ¡A mí todavía no |
| 10 | me reconociste, que soy un dios, y te esfuerzas empecinadamente! |
| 11 | ¡Sin duda no te preocupan nada los troyanos, a los que espantaste, |
| 12 | esos que por ti fueron arrinconados en la ciudad, y tú te desviaste aquí! |
| 13 | ¡No me matarás, ya que no estoy destinado a morir por tu mano!” |
| 14 | Y le dijo, muy amargado, Aquiles de pies veloces: |
| 15 | “Me embromaste, tú, que obras de lejos, el más destructivo de todos los dioses, |
| 16 | acá, ahora, desviándome lejos de la muralla; sin duda aun muchos |
| 17 | habrían mordido la tierra antes de llegar a Ilión. |
| 18 | Y ahora a mí me arrebataste una gran gloria, y a ellos los salvaste |
| 19 | fácilmente, ya que no temiste para nada un castigo futuro. |
| 20 | Sin duda te haría pagar, si estuviera en mí el poder.” |
| 21 | Habiendo hablado así marchó con gran ímpetu hacia la ciudad, |
| 22 | yendo a toda prisa, así como un caballo ganador con su carro, |
| 23 | de esos que corren ligeramente, esforzándose por la llanura; |
| 24 | así Aquiles movía velozmente sus pies y rodillas. |
| 25 | A él lo vio el anciano Príamo el primero con sus ojos, |
| 26 | apresurándose por la llanura, resplandeciente como la estrella, |
| 27 | aquella que sale a mitad del verano, y conspicuos sus rayos |
| 28 | aparecen entre muchas estrellas en lo más oscuro de la noche, |
| 29 | a la que llaman con el nombre de perro de Orión. |
| 30 | La más brillante es ella, aunque un mal signo constituye, |
| 31 | y trae mucha fiebre a los miserables mortales; |
| 32 | así brillaba el bronce de aquel en torno a su pecho mientras corría. |
| 33 | Gimió el anciano, y se golpeó este la cabeza con las manos, |
| 34 | levantándolas hacia arriba, y gimiendo mucho exclamó |
| 35 | suplicando a su querido hijo; mas él enfrente de las puertas |
| 36 | se había parado, con un ansia insaciable por combatir con Aquiles; |
| 37 | a este el anciano lastimosamente le dijo extendiendo las manos: |
| 38 | “Héctor, no esperes, por favor, hijo querido, a ese varón, |
| 39 | solo, lejos de los demás, no sea que encuentres demasiado pronto tu sino, |
| 40 | por el Peleión doblegado, ya que sin duda es muy superior, |
| 41 | inclemente; ojalá él fuera tan querido por los dioses |
| 42 | como por mí: pronto lo devorarían los perros y los buitres, |
| 43 | tirado; sin duda se alejaría este horrible sufrimiento de mis vísceras. |
| 44 | Él de muchos y nobles hijos me ha dejado privado, |
| 45 | matándolos y vendiéndolos en islas distantes; |
| 46 | pues incluso ahora a dos de mis niños, a Licaón y Polidoro, |
| 47 | no puedo ver entre los troyanos arrinconados en la ciudad, |
| 48 | a los que parió para mí Laótoe, poderosa entre las mujeres. |
| 49 | Pero si están vivos en el ejército, sin duda luego |
| 50 | los liberaremos a cambio de bronce y oro, pues los hay en casa; |
| 51 | pues una gran dote mandó con su hija el anciano Altes de famoso nombre. |
| 52 | Y si ya han muerto y están en las moradas de Hades, |
| 53 | el dolor es para mi ánimo y para su madre, que los engendramos; |
| 54 | mas para el resto del pueblo un dolor de más corta vida |
| 55 | habrá, si no mueres tú también, por Aquiles doblegado. |
| 56 | Así que entra en la muralla, hijo mío, para que salves |
| 57 | a los troyanos y a las troyanas, y no concedas una gran gloria |
| 58 | al Pelida, y tú mismo seas despojado de la querida vida. |
| 59 | De mí, de este desdichado aun en sus cabales, compadécete, |
| 60 | del desventurado, al que el Padre Cronida en el umbral de la vejez |
| 61 | en un duro destino hará perecer, habiendo visto muchos males, |
| 62 | a mis hijos asesinados y arrastradas a mis hijas, |
| 63 | y devastados los tálamos, y los niños pequeños |
| 64 | arrojados hacia la tierra en la horrible batalla, |
| 65 | y arrastradas las nueras por las destructivas manos de los aqueos. |
| 66 | Y de mí mismo, el último, ante las primeras puertas los perros |
| 67 | carnívoros tironearán - luego que alguno con el agudo bronce |
| 68 | golpeándome o asaeteándome arrebate la vida de mis miembros -, |
| 69 | esos que alimentaba a la mesa del palacio, guardianes de las puertas, |
| 70 | ellos, mi sangre habiendo bebido, cebadísimos en su ánimo, |
| 71 | estarán tirados en los pórticos. Todo sienta bien en un joven, |
| 72 | tras ser asesinado por Ares, desgarrado por el agudo bronce, |
| 73 | estar tirado: todo es bello, incluso muerto, lo que se muestra; |
| 74 | pero cuando la cabeza gris y la barba gris |
| 75 | y las vergüenzas de un anciano asesinado mancillan los perros, |
| 76 | ¡eso es lo más lamentable para los miserables mortales!” |
| 77 | Dijo el anciano, y, claro, se tomaba los grises cabellos con las manos, |
| 78 | arrancándolos de su cabeza; pero no le persuadía el ánimo a Héctor. |
| 79 | Y su madre, a su vez, del otro lado se lamentaba, vertiendo lágrimas, |
| 80 | soltando el pliegue de su vestido, y con la otra mano sostenía un seno; |
| 81 | y vertiendo lágrimas le dijo estas aladas palabras: |
| 82 | “Héctor, hijo mío, ten respeto por esto y compadécete de mí, |
| 83 | de esta, si alguna vez sostuve para ti este seno que alivia las penas; |
| 84 | de estas cosas acuérdate, hijo querido, y aparta a ese destructivo varón |
| 85 | estando dentro de la muralla, y no te pares allí como campeón, |
| 86 | inclemente; pues si te mata, yo a ti ya no |
| 87 | te lloraré en tus lechos, querido retoño, al que yo misma parí, |
| 88 | ni tu esposa de muchos dones; y a ti, muy lejos de nosotras dos, |
| 89 | junto a las naves de los argivos, te devorarán los rápidos perros.” |
| 90 | Así los dos le decían llorando a su querido hijo, |
| 91 | suplicando mucho, mas no le persuadían el ánimo a Héctor, |
| 92 | sino que este esperaba al aterrador Aquiles, que se acercaba |
| 93 | Así como una serpiente montaraz en su agujero espera a un varón, |
| 94 | atiborrada de malos venenos, y la invade una ira horrible, |
| 95 | y espantosamente brillan sus ojos, enroscada en su agujero, |
| 96 | así Héctor, teniendo un furor inextinguible, no se retiraba, |
| 97 | tras apoyar su reluciente escudo sobre la prominente torre; |
| 98 | y amargado, claro, le habló a su ánimo de corazón vigoroso: |
| 99 | “¡Ay de mí! Si atravieso las puertas y las murallas, |
| 100 | Polidamante el primero me cubrirá de reproches, |
| 101 | que me ordenó conducir a los troyanos hacia la ciudad |
| 102 | en esa destructiva noche, cuando se levantó el divino Aquiles. |
| 103 | Pero yo no le hice caso. ¡Mucho más ventajoso habría sido! |
| 104 | Y ahora, ya que perdí al pueblo por mi terquedad, |
| 105 | me avergüenzo ante los troyanos y las troyanas de largos peplos, |
| 106 | no sea que alguna vez alguno, uno peor que yo, diga: |
| 107 | ‘Héctor, confiando en su fuerza, perdió al pueblo.’ |
| 108 | Así dirán; y entonces para mí mucho más ventajoso sería |
| 109 | ir de frente, para o volver habiendo matado a Aquiles |
| 110 | o ser destruido por este, ante la ciudad, con buena fama. |
| 111 | ¿Y si depongo el repujado escudo |
| 112 | y el sólido casco, y apoyando la lanza sobre la muralla, |
| 113 | yendo yo mismo voy frente al insuperable Aquiles, |
| 114 | y le prometo a Helena y los bienes junto con ella, |
| 115 | todas las cosas cuantas Alejandro en las cóncavas naves |
| 116 | condujo hacia Troya, y a la que fue el principio de la riña, |
| 117 | para dárselas a los Atridas para que las lleven, y con los aqueos en dos |
| 118 | distribuir las otras cosas, cuantas tiene ocultas esta ciudad…? |
| 119 | A los troyanos, a su vez, más tarde les tomaré señorial juramento: |
| 120 | no esconder nada, sino todas las cosas dividir por la mitad, |
| 121 | los bienes que la deseable ciudad contiene dentro. |
| 122 | ¿Pero por qué mi querido ánimo discurre sobre estas cosas? |
| 123 | Yo no acudiré a él encaminándome, y él de mí no se compadecerá, |
| 124 | ni me respetará en nada, y me matará estando descubierto, |
| 125 | así, como a una mujer, después que me quite las armas. |
| 126 | De ningún modo es posible ahora desde la encina ni desde la piedra |
| 127 | charlar con él de las cosas que una doncella y un muchacho, |
| 128 | que una doncella y un muchacho charlan el uno con el otro. |
| 129 | Mejor, en cambio, lanzarnos juntos a la disputa cuanto antes: |
| 130 | veamos a cuál de los dos el Olímpico le concede el triunfo.” |
| 131 | Así cavilaba esperando, y le llegó cerca aquel, Aquiles, |
| 132 | igual a Enialio, guerrero de centelleante casco, |
| 133 | sacudiendo el fresno del Pelión bajo el hombro derecho, |
| 134 | tremendo; y a su alrededor el bronce relumbraba como el destello |
| 135 | ora del ardiente fuego ora del naciente sol. |
| 136 | A Héctor, cuando lo vio, lo tomó un temblor; y, claro, ya no aguantó |
| 137 | esperar allí, y dejó atrás las puertas, y corrió espantado; |
| 138 | y el Pelida arremetió, confiado en sus raudos pies. |
| 139 | Como el halcón en los montes, el más ágil de las aves, |
| 140 | fácilmente se abalanza sobre una trémula paloma, |
| 141 | y ella sale espantada, y él de cerca chillando agudamente |
| 142 | una y otra vez se arroja, y su ánimo le ordena que la capture, |
| 143 | así, en efecto, aquel volaba derecho, enardecido, y Héctor se escapó, |
| 144 | bajo la muralla de los troyanos, y movía velozmente sus rodillas. |
| 145 | Ellos junto al mirador y la higuera ventosa |
| 146 | más y más lejos de la muralla y por el camino de carros se apresuraban, |
| 147 | y llegaban a dos fuentes de bellas corrientes; allí manantiales |
| 148 | dobles del turbulento Escamandro brotan. |
| 149 | El uno, pues, fluye con agua cálida, y alrededor el humo |
| 150 | surge de él como del ardiente fuego; |
| 151 | y el otro en verano fluye semejante al granizo, |
| 152 | o a la nieve fría o al hielo formado de agua. |
| 153 | Allí, junto a aquellos, hay cerca anchos lavaderos, |
| 154 | bellos, de piedra, donde los radiantes vestidos |
| 155 | solían lavar las esposas de los troyanos y sus bellas hijas, |
| 156 | antes, en la paz, antes de que llegaran los hijos de los aqueos. |
| 157 | Por ahí corrieron los dos, uno huyendo y el otro persiguiendo detrás; |
| 158 | delante uno noble huía, y lo perseguía uno mucho mejor |
| 159 | velozmente, ya que ni por una víctima de sacrificio ni por una piel de buey, |
| 160 | que son los premios en las carreras a pie de los varones, competían, |
| 161 | sino que corrían por la vida de Héctor domador de caballos. |
| 162 | Así como cuando en torno a la meta solípedos caballos ganadores de premios |
| 163 | galopan a toda velocidad, y el gran premio está expuesto, |
| 164 | o un trípode o una mujer, en honor de un hombre muerto, |
| 165 | así ellos dos tres veces en torno a la ciudad de Príamo giraron |
| 166 | con sus veloces pies; y todos los dioses los miraban; |
| 167 | y entre ellos comenzó a hablar el padre de varones y dioses: |
| 168 | “¡Ay, ay! ¡A un querido varón perseguido en torno a la muralla |
| 169 | veo con mis ojos! Y se lamenta mi corazón |
| 170 | por Héctor, que para mí muchos muslos de bueyes quemó |
| 171 | en las cimas del Ida de muchas ondulaciones, y otras veces también |
| 172 | en lo más alto de la ciudadela; y ahora a él, en cambio, el divino Aquiles |
| 173 | lo persigue en torno a la ciudad de Príamo con rápidos pies. |
| 174 | Pero, ¡vamos!, deliberen, dioses, y mediten |
| 175 | si lo salvaremos de la muerte, o si ya |
| 176 | lo doblegaremos, siendo noble, por medio del Pelida Aquiles.” |
| 177 | Y le dijo en respuesta la diosa Atenea de ojos refulgentes: |
| 178 | “¡Oh, padre, rayo brillante, nube negra, qué dijiste! |
| 179 | ¿A un varón, que es mortal, hace tiempo marcado por el destino, |
| 180 | querés librar por completo de la lastimosa muerte? |
| 181 | Hacelo, mas no te lo aprobamos todos los demás dioses.” |
| 182 | Y respondiendo le dijo Zeus, que amontona las nubes: |
| 183 | “Animate, Tritogenia, hija querida; para nada con el ánimo |
| 184 | resuelto hablo, y quiero ser benévolo contigo; |
| 185 | actúa tal como tengas en el pensamiento, y ya no te detengas.” |
| 186 | Habiendo hablado así alentó a la ya desde antes ansiosa Atenea, |
| 187 | que bajó desde las cumbres del Olimpo de un salto. |
| 188 | Y a Héctor hostigándolo empecinadamente se dirigía el veloz Aquiles. |
| 189 | Así como cuando a un cervatillo en los montes un perro aleja de la cierva, |
| 190 | expulsándolo de su lecho, a través de hondonadas y a través de laderas; |
| 191 | y este, aunque aquel se le oculte acurrucándose bajo un arbusto, |
| 192 | aun así olfateando corre firme hasta que lo encuentra, |
| 193 | así Héctor no se le ocultaba al Peleión de pie veloz. |
| 194 | Y cuantas veces se lanzó hacia las puertas Dardanias, |
| 195 | de frente, para saltar bajo las bien construidas torres, |
| 196 | por si acaso desde arriba lo resguardaban con saetas, |
| 197 | tantas veces a él anticipándose antes lo hizo volverse |
| 198 | hacia la llanura; y él mismo volaba siempre del lado de la ciudad. |
| 199 | Así como en un sueño no se puede perseguir al que huye, |
| 200 | ni puede, claro, uno del otro escaparse ni el otro perseguirlo, |
| 201 | así uno al otro no podía prenderlo con sus pies, ni el otro evadirlo. |
| 202 | ¿Cómo habría escapado Héctor de los espíritus de la muerte, |
| 203 | si por postrera y última vez no le hubiera salido al encuentro Apolo |
| 204 | de cerca, que le estimulaba el furor y las veloces rodillas? |
| 205 | A las tropas les negaba con la cabeza el divino Aquiles, |
| 206 | y no dejaba que lanzaran sobre Héctor amargas saetas, |
| 207 | no fuera que alguno consiguiera gloria disparándole, y él llegara segundo. |
| 208 | Pero cuando por cuarta vez alcanzaron las fuentes, |
| 209 | en ese momento el padre desplegó la dorada balanza, |
| 210 | y en ella puso a dos espíritus de la muerte de largas penas, |
| 211 | el uno de Aquiles, el otro de Héctor domador de caballos, |
| 212 | y tiró tomándola del medio; y se inclinó el día fatal de Héctor, |
| 213 | y se fue hacia el Hades, y lo abandonó Febo Apolo. |
| 214 | Y hacia el Peleión fue la diosa Atenea de ojos refulgentes, |
| 215 | y parándose cerca le dijo estas aladas palabras: |
| 216 | “Ahora sí espero que nosotros dos, caro a Zeus, ilustre Aquiles, |
| 217 | llevaremos hacia las naves una gran gloria para los aqueos, |
| 218 | tras destrozar ambos a Héctor, aunque sea insaciable de combate. |
| 219 | A él ahora ya no le es posible lograr escaparse de nosotros |
| 220 | ni si muchísimo sufriera Apolo, el que obra de lejos, |
| 221 | retorciéndose frente al padre Zeus portador de la égida. |
| 222 | Pero vos ahora parate y respirá, y a ese yo para ti |
| 223 | yendo, lo persuadiré de que combata frente a frente.” |
| 224 | Así habló Atenea, y él le hizo caso, y se alegró en su ánimo, |
| 225 | y, claro, se paró, apoyado en el fresno de punta de bronce. |
| 226 | Y ella a él lo dejó, y alcanzó al divino Héctor, |
| 227 | asemejándose a Deífobo en el cuerpo y en la inquebrantable voz; |
| 228 | y parándose cerca le dijo estas aladas palabras: |
| 229 | “¡Hermano, sin duda mucho te fuerza el veloz Aquiles, |
| 230 | persiguiéndote en torno a la ciudad de Príamo con rápidos pies! |
| 231 | Pero, ¡ea, vamos!, parémonos y resguardémonos esperándolo.” |
| 232 | Y le dijo en respuesta el gran Héctor de centelleante casco: |
| 233 | “¡Deífobo, sin duda para mí antes eras por mucho el más querido |
| 234 | de los hermanos que Hécabe y Príamo engendraron como hijos! |
| 235 | Y ahora todavía más pienso honrarte en mis entrañas, |
| 236 | tú que te atreviste por causa mía - una vez que me viste con tus ojos - |
| 237 | a salir de la muralla, y los demás adentro esperan.” |
| 238 | Y le dijo en respuesta la diosa Atenea de ojos refulgentes: |
| 239 | “¡Hermano, sin duda mucho nuestro padre y nuestra venerable madre |
| 240 | suplicaban uno tras otro a mis rodillas, y alrededor, los compañeros, |
| 241 | que me quedara allí! Pues de tal manera están aterrados todos; |
| 242 | pero dentro mi ánimo me agobiaba con luctuoso pesar. |
| 243 | Y ahora, lancémonos de frente a combatir, y en absoluto de lanzas |
| 244 | haya ahorro, para que sepamos si Aquiles, |
| 245 | matándonos a los dos, llevará los sangrientos despojos |
| 246 | a las huecas naves, o si acaso será doblegado por tu lanza.” |
| 247 | Habló así, y con astucia lo condujo Atenea; |
| 248 | Y ellos, en cuanto estuvieron cerca yendo uno sobre otro, |
| 249 | le dijo primero el gran Héctor de centelleante casco: |
| 250 | “Ya no, hijo de Peleo, me espantarás, como hasta ahora |
| 251 | tres veces en torno a la gran ciudad de Príamo hui, y entonces no me atreví |
| 252 | a esperarte mientras te acercabas; ahora, en cambio, me incita el ánimo |
| 253 | a pararme frente a ti: mataré acaso, o acaso seré conquistado. |
| 254 | Pero, ¡vamos!, pongamos aquí a los dioses; pues ellos los mejores |
| 255 | testigos serán, y guardianes de los acuerdos; |
| 256 | pues yo no te ultrajaré terriblemente, si a mí Zeus |
| 257 | me da aguante y arrebato tu vida; |
| 258 | sino que después que te despoje de las renombradas armas, Aquiles, |
| 259 | devolveré tu cadáver a los aqueos, y así hazlo tú también.” |
| 260 | Y, por supuesto, mirándolo fiero le dijo Aquiles de pies veloces: |
| 261 | “Héctor, a mí no me hables, maldito, de convenios; |
| 262 | así como no son posibles entre leones y varones confiables juramentos, |
| 263 | ni los lobos y los corderos tienen un ánimo concorde, |
| 264 | sino que piensan males todo el tiempo unos para otros, |
| 265 | así no es posible que vos y yo seamos amigos, ni tampoco entre nosotros dos |
| 266 | habrá juramentos, no antes de que cayendo uno de los dos |
| 267 | sacie de sangre a Ares, guerrero de escudo de cuero. |
| 268 | Recurrí a todas tus cualidades; ahora te es muy necesario |
| 269 | ser combativo y también intrépido guerrero. |
| 270 | Ya no tenés escapatoria, y al punto a ti Palas Atenea |
| 271 | te doblegará con mi pica; y ahora todas juntas las pagarás, |
| 272 | las angustias de mis compañeros, que mataste arrollando con tu pica.” |
| 273 | Dijo, claro, y, blandiéndola, lanzó la pica de larga sombra, |
| 274 | y esta, viéndola de frente, la esquivó el ilustre Héctor; |
| 275 | pues se agachó viéndola venir, y le voló por encima la broncínea pica, |
| 276 | y se clavó en la tierra; mas la arrancó Palas Atenea, |
| 277 | y se la devolvió a Aquiles, a escondidas de Héctor pastor de tropas. |
| 278 | Y Héctor le dijo al insuperable Peleión: |
| 279 | “Erraste, y al final, Aquiles, semejante a los dioses, para nada |
| 280 | conocías de parte de Zeus mi destino; ciertamente lo decías, |
| 281 | pero resultaste un versero y un manipulador de palabras, |
| 282 | para que temiéndote me olvidara del furor y del brío. |
| 283 | No me clavarás la lanza en la espalda huyendo, |
| 284 | sino que atraviésame el pecho arrojándome yo de frente, |
| 285 | si te lo concedió un dios; ahora, a tu vez, esquiva mi pica |
| 286 | broncínea; ¡ojalá la cobijes entera en tu carne! |
| 287 | Entonces más ligera resultaría la guerra para los troyanos, |
| 288 | extinguido tú; pues tú eres su mayor desdicha.” |
| 289 | Dijo, claro, y, blandiéndola, lanzó la pica de larga sombra, |
| 290 | y dio en el medio del escudo del Pelida, y no erró; |
| 291 | mas salió expulsada lejos del escudo la lanza, y se irritó Héctor, |
| 292 | porque, claro, el veloz tiro inútilmente escapó de su mano, |
| 293 | y se paró cabizbajo, y no tenía otra pica de fresno. |
| 294 | Y llamaba a Deífobo de blanco escudo, bramando con fuerte voz: |
| 295 | le pedía una gran lanza, mas él no lo tenía para nada cerca suyo. |
| 296 | Y Héctor se dio cuenta en sus entrañas y dijo: |
| 297 | “¡Ay, ay! ¡Sin duda los dioses me llamaron a la muerte! |
| 298 | Pues yo estaba seguro de que el héroe Deífobo estaba junto a mí; |
| 299 | pero él está tras la muralla, y a mí me engañó por completo Atenea. |
| 300 | Ahora sí tengo cerca mío la cruel muerte, y ya no lejos, |
| 301 | y no hay salida. ¡Sin duda, pues, era esto hace tiempo más querido |
| 302 | por Zeus y por el hijo de Zeus, el que hiere de lejos, los que a mí antes |
| 303 | me protegían bien dispuestos! Ahora, en cambio, me encuentra la moira. |
| 304 | ¡Que no perezca yo sin esfuerzo ni sin fama, |
| 305 | sino tras hacer algo grande para que se enteren también los venideros!” |
| 306 | Habiendo hablado así, por supuesto, sacó la aguda espada, |
| 307 | la que pendía bajo su abdomen, grande y maciza, |
| 308 | y se abalanzó tomando impulso, así como un águila de alto vuelo, |
| 309 | que va hacia la llanura a través de las nubes oscuras, |
| 310 | para raptar o a un cordero tierno o a una trémula liebre, |
| 311 | así Héctor se abalanzó, sacudiendo la aguda espada. |
| 312 | Y acometió Aquiles, y llenó su ánimo de furor |
| 313 | salvaje, y por delante del pecho se cubría con el escudo, |
| 314 | bello, labrado, y cabeceaba con el casco reluciente |
| 315 | de cuatro cimeras; y alrededor se sacudían las bellas crines |
| 316 | doradas, que Hefesto colocó a ambos lados, amontonadas, como penacho. |
| 317 | Cual la estrella va entre las estrellas en la oscuridad de la noche, |
| 318 | el Héspero, que en el firmamento se yergue como la más bella estrella, |
| 319 | así relumbraba desde la muy aguda punta, aquella que Aquiles |
| 320 | blandía en la derecha, maquinando un mal para el divino Héctor, |
| 321 | examinando su bella piel, por dónde cedería más. |
| 322 | Todo el resto de su piel lo contenían las broncíneas armas, |
| 323 | bellas, las que le quitó al vigor de Patroclo tras matarlo; |
| 324 | pero donde las clavículas separan el cuello de los hombros se veía |
| 325 | la de la garganta, donde de la vida es más veloz la destrucción; |
| 326 | por allí al que contra él se lanzaba impulsó la pica el divino Aquiles, |
| 327 | y directo a través del delicado cuello pasó el extremo; |
| 328 | y, claro, no cortó la tráquea el fresno de pesado bronce, |
| 329 | de modo que respondiendo le pudo decir algunas palabras. |
| 330 | Se desplomó en el polvo, y se jactó el divino Aquiles: |
| 331 | “Héctor, seguro decías que abatiendo a Patroclo |
| 332 | estarías a salvo, y no me tenías en cuenta para nada a mí, que estaba lejos, |
| 333 | ¡bobo!, mas apartado de él un protector mucho mejor |
| 334 | sobre las huecas naves, yo, había sido dejado atrás, |
| 335 | que te aflojé las rodillas; a vos los perros y las aves |
| 336 | te arrastrarán repugnantemente, y a aquel le harán exequias los aqueos.” |
| 337 | Y le dijo desfalleciendo Héctor de centelleante casco: |
| 338 | “Te suplico por tu vida y tus rodillas y por tus padres, |
| 339 | no me dejes junto a las naves para que me devoren los perros de los aqueos, |
| 340 | sino que tú recibe el bronce y el oro en cantidad, |
| 341 | los regalos que te darán mi padre y mi venerable madre, |
| 342 | y mi cuerpo devuélvelo a su casa, para que a mí el fuego |
| 343 | me proporcionen, muerto, los troyanos y las esposas de los troyanos.” |
| 344 | Y, por supuesto, mirándolo fiero le dijo Aquiles de pies veloces: |
| 345 | “No, perro, no me implores arrodillado por mis rodillas ni por mis padres; |
| 346 | tanto desearía que el furor y el ánimo me incitara a mí mismo |
| 347 | a comer, despedazándola, tu carne cruda, por las cosas que me hiciste, |
| 348 | tanto como que no habrá quien de vos aparte a los perros de tu cabeza, |
| 349 | ni si diez y también veinte veces tu rescate |
| 350 | ponen conduciéndolo aquí, y prometen también otras cosas, |
| 351 | ni si ordenara arrastrar tu propio peso en oro |
| 352 | el dardánida Príamo, ni así a vos tu venerable madre, |
| 353 | colocándote en tus lechos, te llorará, al que parió ella misma, |
| 354 | sino que los perros y también las aves rapaces te devorarán todo.” |
| 355 | Y muriendo le dijo Héctor de centelleante casco: |
| 356 | “Mirándote ahora te reconozco bien, sin duda: no iba |
| 357 | a persuadirte; pues sin duda tú tienes en las entrañas de hierro el ánimo. |
| 358 | Ahora ten cuidado: que no resulte yo para ti un motivo de cólera de los dioses, |
| 359 | ese día, cuando a ti Paris y Febo Apolo, |
| 360 | siendo noble, te maten en las puertas Esceas.” |
| 361 | Así, claro, a él, tras decir esto, el final de la muerte lo cubrió, |
| 362 | y la vida, volando de sus miembros, marchó hacia el Hades, |
| 363 | su sino llorando, abandonando la virilidad y la juventud. |
| 364 | A él, aunque muerto, le dijo el divino Aquiles: |
| 365 | “Muere de una vez; y yo recibiré mi destino entonces, en el momento en que |
| 366 | Zeus quiera cumplirlo, y los demás dioses inmortales.” |
| 367 | Dijo, claro, y sacó del cadáver la broncínea pica, |
| 368 | y a esta la puso aparte, y él despojó sus hombros de las armas |
| 369 | sangrientas; y lo rodearon corriendo los demás hijos de los aqueos, |
| 370 | que contemplaron también la figura y el aspecto admirable |
| 371 | de Héctor; y, claro, ninguno se paró junto a él sin golpearlo. |
| 372 | Y así alguno decía, mirando a otro a su lado: |
| 373 | “¡Ay, ay! ¡Cuánto más blando está para palpar |
| 374 | Héctor que cuando quemó las naves con ardiente fuego!” |
| 375 | Así, claro, decía alguno, y lo golpeaba parándose a su lado. |
| 376 | Y después que lo despojó Aquiles divino de pies rápidos, |
| 377 | parándose entre los Aqueos anunció con estas aladas palabras: |
| 378 | “¡Oh, amigos, líderes y comandantes de los argivos! |
| 379 | Ahora que los dioses nos concedieron doblegar a este varón, |
| 380 | que muchos males hizo, tantos como ni todos los demás juntos, |
| 381 | ¡VAMOS!, en torno a la ciudad con las armas probémoslos, |
| 382 | para que conozcamos ya el pensamiento de los troyanos, el que tengan, |
| 383 | si la alta ciudad abandonarán habiendo caído este, |
| 384 | o si ansían resistir, incluso no estando ya Héctor. |
| 385 | ¿Pero por qué mi querido ánimo discurre sobre estas cosas? |
| 386 | Yace junto a las naves un cadáver no llorado, no sepultado, |
| 387 | Patroclo; y de este no me olvidaré, mientras yo |
| 388 | entre los vivos esté y mis queridas rodillas me impulsen; |
| 389 | e incluso si en el Hades se olvida a los muertos, |
| 390 | yo, por mi parte, también allí habré de acordarme del querido compañero. |
| 391 | Y ahora, ¡vamos!, cantando un peán los jóvenes de los aqueos |
| 392 | a las huecas naves regresemos, y conduzcamos a este. |
| 393 | Gran gloria hemos conseguido: al divino Héctor matamos, |
| 394 | al que en la ciudad rogaban igual que a un dios los troyanos.” |
| 395 | Dijo, claro, y contra el divino Héctor repugnantes acciones meditaba. |
| 396 | Por detrás de ambos pies taladró los tendones |
| 397 | desde el talón hasta el tobillo, y amarró correas de cuero, |
| 398 | y al carro las ató, y dejó que la cabeza arrastrara; |
| 399 | y al carro subiendo y levantando las renombradas armas |
| 400 | blandió la fusta para que galoparan y el dúo voló no sin quererlo. |
| 401 | Y una nube de polvo salía del que era arrastrado, y alrededor la cabellera |
| 402 | azabache se enmarañaba, y la cabeza toda en el polvo |
| 403 | yacía, otrora agraciada; mas entonces Zeus a sus enemigos |
| 404 | les concedió ultrajarla en su tierra patria. |
| 405 | Así la cabeza toda de él quedó cubierta de polvo; y ella, la madre, |
| 406 | se arrancaba el cabello, y arrojó el lustroso velo |
| 407 | lejos, y dio muy fuertes alaridos contemplando a su hijo, |
| 408 | y gimió lastimeramente el querido padre, y alrededor el pueblo |
| 409 | estaba poseído por alaridos y gemidos en la ciudad. |
| 410 | Y a esto era muy semejante, claro, a como si absolutamente toda |
| 411 | la empinada Ilión fuera desde lo más alto abrasada por el fuego. |
| 412 | El pueblo, claro, a duras penas contenía al anciano desesperado, |
| 413 | que ansiaba salir a través de las puertas Dardanias. |
| 414 | Y a todos imploraba rodando por el estiércol, |
| 415 | nombrando por su nombre a cada varón: |
| 416 | “Deténganse, amigos, y, aunque preocupados, déjenme a mí solo |
| 417 | que saliendo de la ciudad vaya a las naves de los aqueos. |
| 418 | Quiero suplicar a ese varón terco y brutal, |
| 419 | por si acaso respeta la edad y se compadece |
| 420 | de la vejez. ¡También él tiene un padre así, |
| 421 | Peleo, que lo engendró y lo nutrió para que les resultara una desdicha |
| 422 | a los troyanos! Y a mí especialmente más que a todos me causó dolores, |
| 423 | pues a tantos hijos me mató en la flor de la vida. |
| 424 | Por todos ellos no me lamento tanto, aunque afligido, |
| 425 | como por uno, cuyo agudo sufrimiento me hundirá en el interior del Hades, |
| 426 | Héctor; ¡ojalá hubiera muerto en mis manos! |
| 427 | Los dos nos habríamos satisfecho llorando y deshaciéndonos en lágrimas, |
| 428 | su madre, que lo engendró malhadada, y yo mismo.” |
| 429 | Así dijo llorando, y gemían con él los ciudadanos; |
| 430 | y entre las troyanas Hécabe encabezaba el sonoro lamento: |
| 431 | “Hijo, miserable de mí, ¿para qué viviré ahora, padeciendo terriblemente, |
| 432 | muerto tú, que para mí por las noches y en el día |
| 433 | eras mi orgullo en el pueblo, y para todos de provecho, |
| 434 | para los troyanos y las troyanas en la ciudad, que a ti como a un dios |
| 435 | te recibían? Pues sin duda fuiste grandísima gloria para ellos |
| 436 | estando vivo; pero ahora la muerte y la moira te han hallado.” |
| 437 | Así dijo llorando, y aun no se había enterado la esposa |
| 438 | de Héctor; pues ninguno, yendo como veraz mensajero, |
| 439 | le dio el mensaje, que su esposo resistía afuera de las puertas, |
| 440 | sino que ella una tela tejía en la parte más interna de la elevada morada, |
| 441 | doble, purpúrea, y esparcía en ella coloridos patrones florales. |
| 442 | Y mandó por la morada a sus criadas de bellas trenzas |
| 443 | que sobre el fuego pararan un gran trípode, para que hubiera |
| 444 | un baño caliente para Héctor al regresar del combate, |
| 445 | boba, y no sabía que a él, bien lejos de los baños, |
| 446 | por las manos de Aquiles lo doblegó Atenea de ojos refulgentes. |
| 447 | Y escuchó los alaridos y gemidos desde la torre; |
| 448 | y se le estremecieron los miembros, y al suelo se le cayó la lanzadera, |
| 449 | y ella de nuevo entre las esclavas de bellas trenzas dijo: |
| 450 | “Síganme aquí dos, que veré qué cosa ha ocurrido. |
| 451 | Oí la voz de mi respetable suegra, y en mí misma |
| 452 | en el pecho se agita el corazón hasta mi boca, y debajo las rodillas |
| 453 | se me traban; ¡algún mal hay cerca de los hijos de Príamo! |
| 454 | ¡Ojalá lejos de mis oídos estuvieran mis palabras! Pero muy atrozmente |
| 455 | temo, sí, que a mi osado Héctor el divino Aquiles, |
| 456 | tras separarlo de la ciudad, lo haya dirigido hacia la llanura solo, |
| 457 | y haya acabado con la dolorosa temeridad |
| 458 | que lo poseía, ya que nunca en la multitud de varones esperaba, |
| 459 | sino que se adelantaba mucho, en su furor cediendo ante nadie.” |
| 460 | Habiendo hablado así, recorrió el palacio igual a una ménade, |
| 461 | con el corazón agitado; e iban las criadas junto a ella. |
| 462 | Pero una vez que llegó a la torre y a la turba de varones, |
| 463 | se paró sobre la muralla buscando con la mirada, y lo vio, |
| 464 | arrastrado ante la ciudad; y los rápidos caballos |
| 465 | lo arrastraban despiadadamente hacia las cóncavas naves de los aqueos. |
| 466 | A ella una oscura noche le cubrió los ojos, |
| 467 | y se desplomó hacia atrás, y exhaló la vida, |
| 468 | y lejos de su cabeza se desparramaron los radiantes lazos, |
| 469 | la diadema y la redecilla y además el listón trenzado, |
| 470 | y el velo, aquel que le dio la dorada Afrodita |
| 471 | ese día, cuando el de centelleante casco la condujo, Héctor, |
| 472 | desde la morada de Eetión, después de darle incontable dote. |
| 473 | Y alrededor de ella cuñadas y concuñadas en cantidad había, |
| 474 | que la sostenían en el medio, conturbada hasta la muerte. |
| 475 | Y ella, después que por fin respiró y se juntó su ánimo en las entrañas, |
| 476 | con llanto entrecortado en medio de las troyanas dijo: |
| 477 | “Héctor, desdichada de mí; nacimos, pues, con un mismo destino |
| 478 | ambos, vos en Troya, en la morada de Príamo, |
| 479 | y yo, por mi parte, en Tebas, al pie del boscoso Placo, |
| 480 | en la morada de Eetión, que me nutrió siendo pequeña, |
| 481 | el desventurado a la malaventurada; ¡ojalá no me hubiera engendrado! |
| 482 | Y ahora tú bajo los abismos de la tierra, hacia las moradas de Hades |
| 483 | vas, y a mí, por mi parte, en pesar abominable me dejas |
| 484 | viuda en los palacios; y el niño, aun apenas un pequeño, |
| 485 | al que engendramos vos y yo, los desventurados; ni vos para este |
| 486 | serás, Héctor, de provecho, tras morirte, ni este para vos. |
| 487 | Pues incluso si de la guerra de muchas lágrimas de los aqueos huyera, |
| 488 | siempre, sin duda, esfuerzo y angustias en adelante este |
| 489 | tendrá; pues los demás le correrán los límites de sus tierras. |
| 490 | El día de la orfandad aísla al niño de los de su edad; |
| 491 | por todo tiene la cabeza gacha, y están cubiertas de lágrimas sus mejillas, |
| 492 | y necesitado se acerca el niño a los compañeros de su padre, |
| 493 | a uno tirándole del manto, a otro de la túnica; |
| 494 | y de estos, que se compadecen, alguno le arrima un poco un cuenco, |
| 495 | y humedece sus labios, mas no humedece el paladar; |
| 496 | y encima un niño que tiene ambos padres lo saca a golpes del banquete, |
| 497 | pegándole con las manos y maltratándolo con insultos: |
| 498 | ‘Fuera de acá; tu padre no banquetea entre nosotros.’ |
| 499 | Y lleno de lágrimas se acerca el niño a su madre viuda, |
| 500 | Astianacte, que antes sobre las rodillas de su padre |
| 501 | solo tuétano comía y pingüe grasa de ovejas; |
| 502 | y cuando lo tomaba el sueño y dejaba de jugar, |
| 503 | dormía en los lechos, en el abrazo de su nodriza, |
| 504 | en la suave cama, colmado el corazón de delicias; |
| 505 | y ahora, tras perder a su querido padre, padecerá muchas cosas |
| 506 | Astianacte, al que llaman con ese apodo los troyanos; |
| 507 | pues solo tú les protegías las puertas y las grandes murallas. |
| 508 | Y ahora a ti junto a las curvadas naves, lejos de tus padres, |
| 509 | escurridizos gusanos te comerán, después de que los perros se satisfagan, |
| 510 | desnudo; mientras que tus vestidos yacen en los palacios, |
| 511 | finos y agraciados, trabajados por las manos de las mujeres. |
| 512 | Pero, bueno, todos estos los quemaré con ardiente fuego, |
| 513 | de ninguna ayuda para ti, ya que no yacerás envuelto en ellos, |
| 514 | sino para que ante los troyanos y las troyanas sean tu fama.” |
| 515 | Así dijo llorando, y gemían con ella las mujeres. |